Las cosas no siempre son lo que parecen.
No era domingo 17 de
febrero del 2013, era un día antes, y no eran tres chicos, había un cuarto integrante, que habla parecido, pero no es española y dice de armar una vaquita para pagar los peajes.
La ruta era de sol, vamos a una isla, el paseo lo merece y los caminantes eligen el sábado sin
lluvia para estar a la altura del asunto. el entusiasmo le contó a la barriga cómo se sentía y la loquita pidió su hora.
Era un día generoso y se pusieron de acuerdo, vamos al clube, sugirió uno de ellos, a un putero a estas horas? pensó la chica, pero vio el cartel en la puerta del restorán y aquellos mariscos acompañados de albariño les despejaron
todas las dudas.
La caminata parecía dedicada a consentir los sentidos, sin esfuerzo, dando tiempo para pausas, para probar coger la
foto que quizás aparezca en el próximo concurso, para jugar al ahorcado, los columpios.
Sacarse la ropa e ir por la zambullida revolucionaria, metiéndose al
agua fría en señal de protesta.
La caminata continúa, las ensenadas siguen apareciendo, rodeada de bosques
de pinos.
El agua clara, las algas rabiosamente verdes y el cielo, cansado
del vestido gris de los días de semana , se preparaba para la noche y probaba
modelos pret a portè de
primavera-verano.
En el segundo tramo, las golosinas salieron de las mochilas y alegraron el camino, las rocas tenían formas sorprendentes y el paseo sin prisa permitía descubrir nuevas figuras.
Encontrar procesiones.
El faro nos guiaba hacia ese bar y el café con leche
prometido, pero las razones
conocidas por todos, han dejado este sitio sin trabajo.
La llegada al punto final de la ruta necesitaba un subidón y el carnaval de Arousa daba color al sitio y dejaba tranquilos a los colegas, al ver que si falló algún órgano vital, aquellas señoritas tenían una canasta y regalaban muchos.
Llegaron a casiña, durmieron felices y soñaron con perdices.
Gustei deste fotoreportaxe, tan afastado do formato habitual das nosas crónicas, no que de un xeito sinxelo pero cunha peculiar chispa volvín camiñar polos litorales da Illa, vintecinco anos despois da última vez que o fixera. Graciñas, Ana, polo esforzo e por cumprir co encargo, xa es unha Eivadiña con maiúsculas.
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